Después de estrenar (literalmente) bajo un puente en la Fira Tàrrega de 2016 y haber girado por espacios no convencionales, A mí no me escribió Tennessee Williams (porque no me conocía) aterriza por primera vez en una sala, pero, sin haberla visto antes, me atrevo a decir que sin perder un ápice del encanto y la decadencia que otros espacios seguramente aportaban al montaje.
Y es que A mí no me escribió Tennessee Williams (porque no me conocía) cuenta en su origen con los dos únicos ingredientes necesarios para que una función llegue a su público: un buen texto y un buen intérprete.
Empecemos por el texto. Marc Rosich firma este monólogo que nos presenta a un personaje que, efectivamente, no escribió Tennessee Williams, porque no lo conoció. Una mujer que, tras un desamor, acaba viviendo bajo un puente, confiando en la bondad de los extraños, aferrándose a “a touch of magic”, en forma de la música de Memorias de África y su amplia colección de vestidos y zapatos, que le permiten evadirse y reinventarse a cada minuto; transitando entre la más cruda realidad y el más bello de los sueños, atrapada en un mundo aparte del que, ni puede ni quiere escapar.
Esta mujer tierna, honesta, cargada de fuerza e ingenuidad se hace carne en la persona de Roberto G. Alonso, que la interpreta con cariño y delicadeza, con fragilidad y entereza, con muchísima dignidad y, sobre todo, complicidad, ante un público que se enamora de ella desde la primera escena.
El montaje utiliza el movimiento cuando la palabra ya no da más, e intercala preciosas y decadentes coreografías para acabar de transmitir el océano de dolor y contradicciones en el que flota (a duras penas) la protagonista.
A mí no me escribió Tennessee Williams (porque no me conocía) es una obra a corazón abierto, conmovedora y emotiva, con una protagonista inolvidable. Muy recomendable.