Fue una increíble casualidad que viera Claudia precisamente el mismo día que desde Buenos Aires Abuelas de Plaza de Mayo anunciaba que se había encontrado a la nieta 126. Por la mañana, Adriana Garnier Ortolani explicaba en televisión que se le había completado la vida y, por la tarde, Claudia Victoria Poblete Hlaczick me explicaba en el Teatre Nacional cuál había sido su periplo desde una infancia en la que había sido Merceditas, hija de un militar, hasta descubrir que había sido arrancada de sus padres, que siguen desaparecidos.
Claudia es uno de esos montajes que te obliga a apretar los dientes para evitar romperte y echarte a llorar a media obra. Claudia, que no es actriz, mira al público desde el escenario y narra con una sinceridad y una entereza increíbles su infancia, su juventud, el descubrimiento de su historia y las consecuencias que esto tuvo para ella. Su relato, perfectamente hilvanado y teatralizado, nos permite asomarnos a los horrores de la dictadura argentina de una manera íntima y cercana. Increíblemente dolorosa.
Con apoyo audiovisual y escenográfico, pero una ausencia absoluta de artificio, Claudia es teatro documental crudo y en primera persona, teatro que casi deja de serlo, teatro que se acerca tanto que nos roza la piel y nos lastima.
Teatro a bocajarro.
Teatro transformador.
Teatro imprescindible.