Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío

Adeline Thery y Nicolas Chevallier nos explican su historia muy al principio de su espectáculo Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío. Ambos franceses, son amigos desde hace tiempo, y, aunque ahora ella vive en Nueva York y él en Barcelona, hacía tiempo que querían hacer “algo” juntos.

Todo esto lo oímos recitado por una voz de mujer grabada en una cinta de casete (los más jóvenes igual tendréis que buscar en Google para saber de qué os hablo) reproducida en dos pequeños radiocasetes sostenidos por los creadores e intérpretes del espectáculo. Todo el montaje muestra un amor por lo analógico que solo los nacidos en los 80 podemos entender. Todo lo que no es digital nos remite a nuestra infancia y, por motivos que cuestan de explicar a quienes solo recuerdan los teléfonos móviles en blanco y negro, la imperfección de las cintas de cassette y las diapositivas, y su fragilidad, les conceden cierto halo de trascendencia que no tiene el mp3 ni los archivos jpg. En mi caso, hasta los sonidos que producen al ser manipuladas, me hacen sonreír.

Sin embargo, aunque los artistas dedican unos cuantos minutos a explicarnos sus motivos al principio, estas serán las últimas palabras que oigamos, ya que Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío va precisamente de eso, del vacío. Del vacío como aquello que nos produce más miedo. La tesis de Thery y Chevallier es que los humanos somos capaces de quedarnos en la mierda (sic.) con tal de no tener que enfrentarnos al vacío y, así, nos invitan a un viaje sensorial que nos llevará precisamente a ese lugar mental sin la necesidad de drogas psicotrópicas, solo con secuencias de movimiento, sonidos repetitivos, breves mensajes, pequeñas luces parpadeantes de colores y unas gafas polarizadas. Unas gafas que alteran nuestra visión del escenario, rompen la luz en componentes y dejan borrosas las figuras de los artistas, un auténtico hallazgo estético que, de verdad, alteraba la percepción del público y nos transportaba a otro marco mental.

Pero no todo son aciertos en un montaje tan único como indescriptible. Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío lleva a cabo un depurado trabajo estético pero, a menudo, olvida por completo que tiene un público al otro lado de las gafas polarizadas y el límite del escenario. Adeline Thery y Nicolas Chevallier se mueven por el espacio sin prestar atención a la otra mitad de su espectáculo (el público), sin establecer contacto visual con nosotros ni preocuparse por nuestra presencia. En los 60 minutos que dura la pieza ambos se miran a los ojos y se tocan con evidente complicidad mientras caen en un absoluto ensimismamiento que me hizo preguntarme si nos encontrábamos en un teatro o en una terapia de catarsis personal, si mi presencia y la de los demás era deseada o solo un mal necesario.

En muchas ocasiones, las nuevas dramaturgias transitan la delgada línea que separa la creación de un lenguaje propio del onanismo, la creación de un universo del ensimismamiento y el teatro basado en la vivencia de la terapia. Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío es capaz de crear imágenes interesantes pero, a pesar de todo, me dejó fría, sin poder llegar a conectar con sus creadores, tan cerca, en una sala como la del Antic Teatre y, al mismo tiempo, tan lejos.

 

Este verano hice parapente y me reconcilié con el vacío

Creación y interpretación: Adeline Thery y Nicolas Chevallier. Vestuario: Quitterie Mellac. Voz en off: Mar Medina. Col·laboració: Tirso Orive, Ángela López y Antoine Baltimort. Vídeo: Samuel Tressler IV y Preston Spurlock. Coproducción: Antic Teatre (Barcelona). Residencias: Teatre Kaddish (El Prat de Llobregat), Konvent (Berga) y L’Estruch – Fàbrica de Creació de les Arts en Viu (Sabadell).

Sala: Antic Teatre. Data: 20/10/2017. Ilustración: (c) Fat Chix Dig Synths.

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