Invernadero

Harold Pinter pertenece a ese grupo de artistas a quienes solo se puede amar u odiar. Uno de esos dramaturgos tan únicos, tan característicos que incluso tiene su propio adjetivo. Si alguien dice que cierto diálogo es pinteriano, todos sabemos qué podemos esperar: frases de ida y vuelta, repeticiones, ausencia de conclusión y cierta sensación de absurdo compensada por la certeza de que aquel galimatías esconde una gran verdad a poco que tomemos distancia. Así es Harold Pinter, lo tomas o lo dejas.

Y, por supuesto, Invernadero es una pieza totalmente pinteriana, hiperbólica por momentos. Si Pinter tiende a la mala leche, en Invernadero esta es la materia prima de la que están hechos la trama y los personajes. Si Pinter tiende a la conversación florida, en Invernadero asistimos a auténticas batallas dialécticas (especialmente entre los personajes de Gonzalo de Castro y Tristán Ulloa). Si Pinter utiliza el absurdo para enfrentarnos a la realidad del mundo, en Invernadero esta realidad es mucho más cruda y descarnada que de costumbre. Más inhumana, más aterradora.

En Invernadero nos asomamos a un psiquiátrico en el día de Navidad. Si uno podría pensar que los internos de un psiquiátrico son gente curiosa o peligrosa es porque no conoce al personal de servicio de este psiquiátrico en concreto. El catálogo es preocupante: megalomanía, psicopatía, ninfomanía… Y, por encima de todo, una ausencia tan patente de empatía que, en algunos momentos, el mismo Pinter adquiere tintes kafkianos. No hay bondad ni redención en Invernadero y, en cambio, sí una gran dosis de humor negro y falta de remilgos por parte del autor para retratar las zonas más oscuras del alma humana.

Sobre el escenario destacan unos excelentes Gonzalo de Castro y Tristán Ulloa, que nos regalan interpretaciones potentes, divertidas y muy intensas. Están acompañados de una buena selección de secundarios donde solo me falló, precisamente, la intérprete femenina, Isabelle Stoffel, con una interpretación menos matizada.

El único punto en contra, en mi opinión, de este Invernadero, es su puesta en escena. Me pareció excesiva la escenografía giratoria, que forzaba constantes oscuros innecesarios para cambiar de escena, y me pareció que el ritmo podría haber sido más rápido, más picado, en algunos puntos. También me pareció un poco confuso el recurso de las luces de minero para representar a los pacientes en el tramo final. Sin embargo, la gran calidad del texto y de los intérpretes consiguió paliar todo esto con creces.

Invernadero es una obra cínica, cruel, negra y que puede llegar a incomodar al público más sensible, pero que resulta toda una delicia para aquellos que, por desgracia, tenemos poca fe en la humanidad como especie.

 

Invernadero

Autor: Harold Pinter. Director: Mario Gas. Traductor: Eduardo Mendoza. Intérpretes: Gonzalo de Castro, Javivi Gil Valle, Carlos Martos, Ricardo Moya, Isabelle Stoffel, Tristán Ulloa y Jorge Usón. Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso. Vestuario: Antonio Belart. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (a.a.i.). Espacio sonoro: Carlos Martos Wensell. Ayudante de dirección: Montse Tixé. Ayudante de escenografía: Juanjo Reinoso. Ayudante de vestuario: Clara Echarren. Ayudante y técnico de sonido: Asier Acebo. Jefe técnico y maquinaria: Iñigo Benítez (Armar). Técnico de luces: José Luis Vázquez. Producción ejecutiva: Paco Pena. Distribución: Salbi Senante. Coproducción Teatro del Invernadero y Teatro de La Abadía.

Sala: Teatre Lliure de Montjuïc. Fecha: 11/02/2016. Fotografía: (c) Ros Ribas.

 

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