Livalone

Tener acceso a una vivienda en Barcelona se ha convertido, cada vez más, en una carrera de obstáculos. Pero no en una de atletismo convencional, con las reglas bien escritas y en la que, con esfuerzo y entrenamiento, puedes llegar a hacer un buen papel, no. Desde hace ya muchos años, el acceso a la vivienda en Barcelona es comparable a participar en una prueba de aquel programa de los noventa, «Humor Amarillo», en el que las pruebas eran ridículas y humillantes, llenas de trampas, injustas y pensadas, básicamente, para que el jugador no pudiera ganar nunca.

Los que llevamos toda la vida viviendo en la ciudad (y, por motivos familiares casi siempre, tenemos acceso a una vivienda con unas buenas condiciones) vemos con desesperación como nuestros amigos van desapareciendo y mudándose a ciudades y pueblos cada vez más lejanos y peor comunicados por transporte público, después de meses de angustia por el vencimiento del contrato de alquiler. Una de las quejas más habituales es la imposibilidad de vivir solo. Compartir piso está bien, pero no cuando es por obligación y sin perspectivas de que la situación vaya a cambiar en los próximos lustros. Y ese es el tema que aborda Fundación Agrupación Colectiva (My low cost revolution) en este Livalone, un montaje presentado en FiraTàrrega, en una ubicación que le iba como anillo al dedo (la casa de los propietarios de la fábrica de Cal Trepat), pero que estoy segura de que girará y encontrará otros hogares.

El montaje mezcla con acierto la historia personal de Francesc Cuéllar, que protagoniza y lleva el peso de la pieza, con datos crudos sobre vivienda en la ciudad de Barcelona, todo ello con un tono que pasa del humor y la ironía a la poesía y el descarnamiento. Con la imprescindible participación de Alejandro Curiel, Cuéllar nos habla de los lugares en los que ha vivido, de sus sueños y esperanzas, del sentido oculto en las canciones de la Oreja de Van Gogh o de la angustia vital de su generación (la de los que tienen 25) que no difiere demasiado de la de la mía (la de los que nos acercamos a los 40). Así, la vivienda se convierte en el símbolo de algo más etéreo, pero más importante: la posibilidad de emanciparse y poder sacar adelante proyectos personales, la estabilidad, la capacidad para desarrollar una vida adulta sin tener que dedicar la mayoría de nuestra energía (y nuestro dinero) a tener un techo sobre nuestra cabeza.

Con una puesta en escena aparentemente sencilla basada, sobre todo, en el magnetismo personal del propio Cuéllar, Livalone evoluciona con relajo, paso a paso, sin precipitarse, y pasa de un tono más cómico a otro mucho más dramático casi sin darnos cuenta, sin tiempo para prepararnos.

Cuando salíamos de Cal Trepat, alguien del público que, por su aspecto, estaba mucho más cerca de los 50 que de los 40 exclamó «Esto es teatro Colau» comentario que, aparte de mostrar una preocupante falta de empatía, evidenciaba que la inestabilidad relacionada con la vivienda es algo profundamente generacional (de momento). Y no pude evitar alegrarme porque estas historias, las de generaciones distintas a los que hicieron la transición y llevan décadas sobrerrepresentados y explicándonos con magnífico detalle todas sus tribulaciones, estén llegando a los escenarios.

Livalone
Creación: Alejandro Curiel y Francesc Cuéllar. Intérpretes: Francesc Cuéllar y Alejandro Curiel. Assessoría de movimiento: Pino Steiner. Mirada externa: Cris Blanco. Audiovisuales: Alejandro Curiel. Producción ejecutiva: Anna Maruny. Una coproducción de Temporada Alta, FiraTàrrega dentro del programa Suport a la Creació 2019 y de Fundación Agrupación Colectiva, con el apoyp de El Graner, Centre de Creació de Dansa i Arts Vives.
Espacio: Cal Trepat. Tàrrega. Fecha: 07/09/2019.

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