Masticar hielo cierra el Cicló de este año en el Tantarantana, y lo hace al máximo de decibelios. El nuevo espectáculo de El Eje venía precedido del polémico cierre de la página de Facebook del teatro por parte de la empresa estadounidense al considerar que el cartel de la obra, que muestra una fotografía con un culo en primer plano (obra de Aitor Rodero) era pornográfico. El Eje, lejos de querer olvidar la polémica, arranca su espectáculo con un audio donde explica lo ocurrido y expresa su deseo de seguir escandalizando.
Y a eso se dedica durante la hora siguiente, en la que la compañía cumple su promesa promocional de hacer una versión “cañera” (aunque yo más bien diría destroyer) del clásico ¿Quién teme a Virginia Woolf?
En esta ocasión los protagonistas no son del mundo universitario sino del de la pintura, pero el aburrimiento, el fingimiento y el vacío vital es exactamente el mismo. Eso sí, estamos en 2018 y el referente de una buena bronca ya no es Elizabeth Taylor sino los realities. Marta (Mar Pawlowsky) grita y humilla a su marido durante 60 minutos al más puro estilo Telecinco. Pero el resto de los invitados a la fiesta tampoco se quedan atrás.
Eric Balbàs, Maria Hernandez, Mar Pawlowsky y Jordi Samper logran lo que parecería imposible, transportarnos al caos de una fiesta de borrachos cargada de sexo, odio, envidia y rencor, donde los gritos se suceden, la música está demasiado fuerte, todo es brusco y chabacano y, sin embargo, no podemos dejar de mirar, fascinados por la infinita crueldad y el aún más infinito aburrimiento que impulsan cada una de las escenas. Mención especial merecen Eric Balbàs, en el papel con menos texto pero con más presencia, y Mar Pawlowsky, la auténtica gasolina del montaje.
Dice el director, Marc Ribera, en el dossier de prensa, que no sabe muy bien dónde han llegado, pero que lo que han hecho vibra y hace mucho ruido. No hay descripción más acertada de este espectáculo. Es cierto que, tal vez, volviendo a casa y recuperando la calma después de una hora de intensidad máxima te preguntes a dónde conduce toda esa energía y provocación. Pero es igual de cierto que, tal vez, eso sea totalmente indiferente.