¡Feliz año nuevo! Reconozco que voy tardísimo con esta entrada. Fui a ver Moustache el 13 de diciembre pero juro que hasta hoy no he tenido el momento de sentarme a escribir. Esta Navidad la he pasado en Londres en las que han sido mis primeras vacaciones en año y medio (es que los autónomos somos así) y los días antes de irme fueron de locura pura, así que me tendréis que perdonar el retraso. Pero vayamos al grano.
Moustache se vende como musical pero, una vez visto, creo que sería mucho más honesto autodenominarse revista. La revista, ese género tan propio que intercala números de baile más o menos resultones con chicas y chicos guapos y que puede intercalar una historia más o menos intrascendente y decididamente cómica.
Eso es Moustache, ni más ni menos, una historia totalmente intrascendente y mal tramada (con una dramaturgia que solo puede calificarse de torpe), que aprovecha la coartada de estar ambientada en un cabaret victoriano para intercalar números que beben del Rey León, Piratas del Caribe, Hércules, Moulin Rouge, Stomp, Lord of Dance, Queen y el rock sinfónico, todo ello con mucho menos claqué del que se anuncia en la promoción. Y esto, además, aderezado con chistes muy viejos (del estilo: por qué “todo junto” se escribe separado y “separado” se escribe todo junto) contados por un protagonista que se nos presenta como el mejor cómico de su época, el hombre capaz de hacer reír a cualquiera.
Números de baile correctos, aunque poco originales, música en directo, un vestuario colorista, interpretaciones muy irregulares y músicas que suenan familiares complementan un espectáculo blanco y excesivamente largo pensado para el público ocasional que busca el “gran” espectáculo. Un montaje que promete y aparenta mucho más de lo que es. Totalmente olvidable.