Cuanto más teatro veo, más claro tengo que, de todos los medios a nuestra disposición para remover conciencias y estómagos, el teatro es, probablemente, el más potente y más eficaz. Más que discursos, más que leyes, más que el cine o el documental. El motivo, en mi opinión, está relacionado con la corporeidad. El teatro se defiende con el cuerpo, y la cercanía del cuerpo de los intérpretes tiene más fuerza que mil palabras o cien mil imágenes. Y si el cuerpo es el de Silvia Albert Sopale, ni os cuento.
Y es que Albert desprende una potencia y una energía en escena que capta nuestra atención, y esa otra cosa intangible que llamamos empatía, desde el mismo momento en que se encienden los focos. Es con su cuerpo, su voz y su historia (plagada de detalles autobiográficos, pero también otros prestados e inventados) con lo que levanta su tesis que, aunque el título resume de manera elegante (No es país para negras), no es otra que nuestro país es racista y misógino.
“Pero es que yo no…”. Si te ha venido esa respuesta a los labios, te doy la bienvenida al terreno de la fragilidad blanca. No te preocupes, todas hemos pasado por ahí, porque a nadie le gusta reconocer ni sus privilegios ni sus defectos pero, cuando se te pase la pataleta, lo mejor que puedes hacer es ir a ver No es país para negras.
En el montaje, dirigido por Carolina Torres Topaga, Albert, que firma también la dramaturgia, ha logrado la cuadratura del círculo: reivindicar su orgullo como afrodescendiente y llevarnos de viaje con ella a sus orígenes, explicarnos cómo es ser una persona negra española (Albert nació en San Sebastián) y mostrarnos, sin criminalizarnos ni acusarnos, con una empatía que merece todo mi respeto, la multitud de conductas racistas que perpetramos los blancos, a menudo sin querer o sin percatarnos, creyendo que actuamos con absoluta corrección. Y todo esto lo hace con un monólogo cargado de humor, de sonrisas, de esperanza y de orgullo. Un monólogo sostenido sobre el impecable trabajo interpretativo de Albert, que solo necesita algunos escombros, una peluca y un trozo de tela para viajar de la infancia a la edad adulta y de Europa a África.
No es país para negras lleva cinco años girando por todo el mundo, con actuaciones en teatros pero, también, y quizá más importante todavía, en institutos. Y si lleva tanto tiempo es porque se trata de un espectáculo, no solo magnífico, sino dolorosamente necesario. ¡Bravas!