En este TNT pude, por fin, ver un espectáculo de El pollo campero, comidas para llevar (que sí, lo siento, es el mejor nombre de compañía ever) que hasta ahora se me habían escapado y de quien solo había visto su colaboración con Leer es sexy en Ser Britney Spears.
Y lo que descubrí fue a dos mujeres con las que no pude identificarme más. Gloria March y Cristina Celada montan una especie de fiesta de cumpleaños/camping decadente para reflexionar en voz alta sobre nuestra vida, la de los que nos acercamos peligrosamente a los 40, en este siglo XXI tecnificado, artificial y deshumanizado.
Si estáis esperando redención y optimismo podéis irlo a buscar a cualquier otra parte, pero si lo que os gusta (como a servidora) es el humor negro, el cinismo, el petardeo y las contradicciones, ya estáis tardando. Y es que El pollo campero tiene una capacidad infinita para destilar todas esas piedras en los zapatos que nos amargan la vida y traducirlas al lenguaje de la performance. Chistes malos sobreexplicados (quizá mi escena favorita), karaoke etílico, poses artificiales en selfies para Instagram y miserias del primer mundo en general adquieren en Parecer felices el tono justo de tragicomedia que nos permite empatizar con nosotros mismos y sentirnos un poco menos solos.
Con una puesta en escena que parece espontánea e improvisada (como solo un trabajo bien ensayado y milimetrado puede parecerlo) una setlist que deberían compartir en forma de lista de Spotify y la cantidad justa y necesaria de helio, Parecer felices es tan profundamente triste que lo único que podemos hacer al verla es echarnos a reír. Claramente, si no existieran las Pollo campero, habría que inventarlas.