Snorkel es uno de los textos menos teatrales que he visto representados últimamente y, sin embargo, uno de los montajes más interesantes, evocadores y agudos que se pueden encontrar en la cartelera. De hecho, creo imprescindible la publicación de este texto para leerlo, releerlo, subrayarlo y, sobre todo, hacer camisetas con sus frases memorables. Un ejemplo: “No cambiamos el mundo porque por las tardes no nos iba bien”.
Y ante el reto de un texto fragmentado y plagado de metáforas e ironía, La Virgueria responde con un montaje onírico y cautivador, lleno de imágenes evocadoras, guiños y, sobre todo, toneladas de talento. En manos de Aleix Fauró, el inclasificable texto de Albert Boronat adquiere cuerpo y textura y ambos nos regalan un auténtico manifiesto sobre la mediocridad de la vida actual. Snorkel nos recuerda desde la primera frase que vivimos una vida de gilipollas para, a continuación, permitirnos reírnos de nosotros mismos y buscar, tal vez, la redención.
Un reparto entregado y con ganas de jugar llena el escenario de múltiples personajes. Hay muchos memorables: la hermana politoxicómana rehabilitada, el cuñado fan del Snorkel o el ciervo existencialista pero creo que el que todos nos llevaríamos a casa es el onanista del bosque. Y no solo porque Javier Beltrán vuelva a demostrar que es un actorazo como la copa de un pino, sino porque es muy difícil no identificarse con su angustia vital.
Snorkel es un espectáculo ecléctico, diferente y arriesgado. Una auténtica joya que nadie debería perderse.