Conexión Nueva York: Hamilton

Ver Hamilton era uno de los objetivos de este viaje a Nueva York. Conseguir entradas no es tan difícil como dicen (siempre que tengas el dinero, en nuestro caso, 235 dólares cada una), basta con ir directamente en persona a la taquilla del teatro. Y sí, he dicho en persona. Por mi experiencia con este y otros espectáculos de Broadway (es la segunda vez que voy), las taquillas del teatro (y no hablo del TKTS sino de la de cada uno de los teatros, que suelen abrir a diario mañana y tarde) son el lugar más seguro y barato donde conseguir entradas a uno o dos días vista (o incluso para el mismo día). Infinitamente más barato que buscarlas por internet (las entradas que yo compré costaban unos 450 dólares en la página recomendada por el propio teatro, en otras, ni te cuento). Nadie me cree cuando explico esto, pero os aseguro que es cierto. Si vais a Nueva York, probadlo, y ya me diréis.

Pero, después del consejo logístico, vayamos a lo que nos ocupa: ¿vale la pena gastarse tanta pasta por ver un musical? y, aún más importante, ¿se puede saber por qué Hamilton se ha convertido en semejante fenómeno? Como suele suceder casi siempre, la respuesta no es única ni es sencilla, así que voy a ver si consigo explicarme sin que esto se convierta en una entrada eterna y farragosa.

Hamilton me pareció un musical magnífico que disfruté al máximo de principio a fin, pero antes de decidir ir a verlo hay que tener en cuenta que se trata de una pieza muy estadounidense, profundamente ligada a su historia y su cultura (un tema que a mí me apasiona, pero que entiendo que no es para todo el mundo).

Resumiendo bastante, Hamilton narra la historia de Alexander Hamilton, el busto de los billetes de diez dólares, que fue uno de los padres de fundadores de Estados Unidos (como Thomas Jefferson o George Washington), contribuyó de manera clave en la redacción de su constitución, creó el sistema financiero de ese país (lo que les permitió independizarse de manera efectiva de Reino Unido), fue su primer secretario del tesoro (el equivalente a nuestro ministro de economía) y participó en la fundación del primer partido político del nuevo país, el hoy desaparecido partido Federalista, partidario, a grandes rasgos, de la regulación y el gobierno nacional (por encima del estatal). Todo esto siendo Hamilton un antillano, inmigrante, huérfano (e hijo ilegítimo), que había llegado a Nueva York con 17 años patrocinado por un grupo de hombres importantes de su comunidad para formarse en el King’s College. El joven Hamilton había llamado la atención de estos mecenas con un relato que había logrado publicar en un medio local. Fue su mismo entusiasmo, tesón y capacidad para la reflexión y la retórica lo que lo llevó a lo más alto en el mundo de la política. Sin embargo, Hamilton también era una persona apasionada y un hombre de su tiempo que acabó muriendo demasiado joven en un duelo, lo que lo dejó algo al margen de la historia oficial.

A primera vista, la biografía de un padre fundador no parece material para un musical de Broadway, pero Lin-Manuel Miranda, creador de musicales neoyorkino de ascendencia puertoriqueña, opina que Alexander Hamilton constituye la encarnación del hip hop: una persona nacida en la pobreza que logra llegar a lo más alto gracias a la capacidad que tienen las palabras para cambiar el mundo. Y eso es lo que convierte Hamilton en especial, esa conexión entre la historia y la modernidad, esa relación inesperada de ideas. Miranda lo explicó en 2009 en la Casa Blanca, ante el ex presidente Obama y su esposa, durante una velada poética, cuando su intención era hacer un disco conceptual sobre el personaje. (Os recomiendo que veáis el vídeo).

Sin embargo, el disco conceptual acabó siendo un musical que se estrenó en 2015 en el Public Theater de Nueva York (el mismo escenario donde se estrenó Rent). El montaje final mezclaba el contenido histórico con música hip hop (que evoluciona hacia otros sonidos a medida que avanza la trama) y coreografías modernas con toques de jazz, pero también de danza urbana y contemporánea. Un espectáculo con una puesta en escena relativamente modesta para los estándares de Broadway, una gran cantidad de contenido (el hip hop permite lanzar ráfagas de frases muy rápidas, y Miranda lo aprovecha al máximo) y versos muy pegadizos, que destacan por encima de las melodías en sí. En definitiva, un musical donde, paradójicamente, lo importante es la palabra.

Así, a diferencia de lo que sucede con otros musicales donde la acción, las coreografías, la música o el vestuario nos llevan de la mano y nos hacen entender la trama, resulta completamente imposible seguir Hamilton si no entiendes muy bien el inglés y no tienes algo de idea sobre la historia política estadounidense del periodo, porque los personajes rapean a toda velocidad y las canciones van repletas de datos y elementos narrativos.

Eso sí, si entras en la historia, Hamilton es un musical absolutamente fantástico, bien hilado, con un ritmo narrativo impecable, personajes poliédricos e interesantes y un gran fondo político que no intenta ni pretende esconder. Empezando por el reparto, constituido en su mayoría por actores racializados que interpretan a personajes históricos blancos, y acabando con su reivindicación constante de los inmigrantes, representados por el propio Hamilton y otros generales rebeldes de las batallas de la independencia (immigrants, we get the job done).

El musical acaba con una emotiva canción que nos recuerda que son los ganadores, los supervivientes, los que escriben la historia (Who lives, who dies, who tells your story?), y que reivindica la figura de Eliza, la esposa de Alexander Hamilton, personaje clave en esta historia ya que fue la responsable de preservar la memoria del único padre fundador que no vivió lo bastante para escribir su propia biografía y decidir cómo quería pasar a la posteridad.

Hamilton es un musical único, que sorprende por su capacidad para crear un lenguaje nuevo mediante la mezcla de estilos y por su manera absolutamente desacomplejada de entender el medio. También sorprende su nada disimulado deseo de ir más allá del entretenimiento para convertirse en un alegato político (no en vano, Miranda ganó el Pulitzer por el texto) reivindicando, al mismo tiempo, un género teatral considerado a menudo menor, frívolo o “infantil” pero que, en buenas manos, como demuestra este caso, se convierte en un arma extremadamente potente. ¿Acaso no es eso el arte?

[Al plantearme en qué idioma escribir sobre el teatro que se hace en Nueva York, me he decantado por el español, porque su uso está muy extendido en esa ciudad.]

Hamilton
Libreto, música y letras: Lin-Manuel Miranda. Dirección: Thomas Kail. Intérpretes: Denée Benton, Daniel Breaker, Mandy Gonzalez, James Monroe Iglehart, Joanna A. Jones, Carvens Lissaint, Anthony Lee Medina, Euan Morton, Austin Scott, Wallace Smith, Raymond Baynard, Lauren Boyd, Andrew Chappelle, Marc delaCruz, Karla Puno Garcia, Christina Glur, Deon’te Goodman, Neil Haskell, Sasha Hollinger, Sabrina Imamura, Thayne Jasperson, Roddy Kennedy, Eddy Lee, Mallory Michaellann, Johanna Moise, Justice Moore, Antuan Magic Raimone, Willie Smith III, Gabriella Sorrentino, Terrance Spencer, Raven Thomas, Gregory Treco, Ryan Vasquez, Robert Walters, Kyle Weiler y Mikey Winslow. Coreografía: Andy Blankenbuehler. Orquestaciones y coarreglador: Alex Lacamoire. Autor del libro Alexander Hamilton: Ron Chernow. Escenografía: David Korins. Vestuario: Paul Tazewell. Luces: Howell Binkley. Sonido: Nevin Steinberg. Diseño de peinados y pelucas: Charles G. Lapointe. Coordinación musical: Michael Keller y Michael Aarons. Supervisión técnica: Hudson Theatrical Associates. Associate Music Supervisor: Matt Gallagher. Director musical: Kurt Crowley. Associate and Supervising Director: Patrick Vassel. Resident Director: Hannah Ryan. Associate & Supervising Choreographer: Stephanie Klemons. Dance Supervisor: Jennifer Jancuska. Production Supervisor: J. Philip Bassett. Production Stage Manager: Amber White. Stage Manager: E. Cameron Holsinger. Assistant Stage Manager: Deanna Weiner. Casting: Telsey + Company. Prensa: Sam Rudy Media Relations. Company Manager: Brig Berney. General Management: Baseline Theatrical. Producción: Jeffrey Seller, Sander Jacobs, Jill Furman y The Public Theater. 
Sala: Richard Rodgers Theatre. Fecha: 13/04/2019.

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