La noche del 25 de diciembre, al volver a casa después de ver El público en el Nacional, a duras penas logré pegar ojo. Mi cerebro estaba acelerado, y las palabras de Lorca y las imágenes de Rigola me asaltaban cada vez que cerraba los ojos, invadiendo mi sueño y mi mente sin remedio casi hasta el alba, de una forma que hacía mucho tiempo que nada me impactaba.
Y es que en El público Lorca huye del costumbrismo que con tanta maestría maneja en La casa de Bernarda Alba o Bodas de sangre y explora otros derroteros, menos literales, más poéticos, más libres. En El público nos sumerjimos en la mente de Lorca, vemos a traves de sus ojos y respiramos a través de sus heridas. El público del que habla Lorca no es tanto el que puebla las plateas, que también, sino la gente, la sociedad, quienes día a día nos observan y nos juzgan, el entorno que puede convertir el aire en irrespirable. En El público conocemos todas las facetas de Lorca, sus miedos, sus sueños, sus anhelos, todo ello con un bellísimo lenguaje que, aunque metafórico, resulta comprensible.
Y quién mejor que Àlex Rigola, uno de nuestros directores con un imaginario más amplio y versátil, para comprender, amar y plasmar este texto tan personal. Un autor como Lorca necesita de un director como Rigola y el tándem resulta perfecto. Nada más cruzar las cortinas de flecos metalizadas que recubren las paredes de toda la sala grande (transformada como jamás hubiera pensado que fuera posible y que me recordó, por qué no reconocerlo, a la Fabià Puigserver) me vino a la cabeza David Lynch. Fue algo instantáneo y fulminante. Después, a medida que fue avanzando la historia encontramos al mejor Rigola, un Rigola libre, arriesgado y excesivo. Dispuesto a poner toda la carne en el asador.
Sobre el escenario, un reparto entregado en cuerpo y alma, dispuesto, a su vez, a arriesgarse. Imposible destacar uno solo de sus miembros ya que el conjunto funciona como un complejo engranaje en el que cada pieza es imprescindible para el buen funcionamiento.
El público nos obliga a reflexionar sobre quienes somos como público, como ciudadanos; qué pedimos, qué queremos, cómo actuamos, un texto que, a pesar de haber sido escrito en 1930 no ha perdido un ápice de vigencia. Al contrario, aun hoy parece demasiado moderno. Un texto según Lorca “irrepresentable” que Rigola, adicto a los retos, ha sabido comprender, transmitir y plasmar de un modo impactante y conmovedor. Auténtica poesía en movimiento. Inolvidable.
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