No he leído nada de David Foster Wallace. Como sabéis, me gusta ir con la verdad por delante, no me avergüenzo de mis lagunas, pero soy consciente de ellas. No sé cómo habría visto este espectáculo de haber leído a Wallace, lo que os puedo contar es cómo lo vio alguien que no lo ha leído.
No he leído a Wallace pero he leído a suficientes autores estadounidenses contemporáneos para saber que al, otro lado del charco, las crisis existenciales se viven de una manera distinta. Tiendo a achacar a la juventud de su país ese tono intenso y al mismo tiempo naíf que gastan algunos autores (especialmente hombres) a la hora de enfrentarse a la vida en general. En lo alto para siempre tiene exactamente ese tono, esa necesidad de trascender, de ponerle nombre al desasosiego, de hacerlo intenso, profundo y bonito, pero sin perder la esperanza en que, al final, todo esto tendrá sentido.
El montaje se divide en tres partes. La primera consiste en un diálogo de sordos en el que Gonzalo Cunill y Gemma Polo comparten ideas e imágenes poéticas que buscan, sobre todo, llevarnos a un cierto estado mental, conectarnos con emociones y sensaciones. En contra de todo pronóstico, es Polo la que se lleva el gato al agua en esta parte. Su interpretación es fascinante. Su personaje, que parece ajeno a todo, desconcertado, indiferente, actúa como un imán que nos engancha a esa situación absurda. La segunda parte del espectáculo es un tour de force entre intérpretes y público. Ruido, gritos, distorsión, micrófonos, luces, flashes y un profundo desasosiego en una performance que no pude evitar sentir antigua, ya vista, espectacular, pero vacía. La tercera parte es territorio de Cunill, que hace lo que mejor sabe hacer, monologar, hablar a público y enamorar con su cadencia, con su movimiento, con su forma de decir el texto y mirar a los ojos. La historia de la chica que sube al trampolín es uno de esos textos en espiral pensados para disfrutar de la secuencia, del ritmo, de las frases. Un trayecto hipnótico. En todo momento, Polo y Cunill están acompañados por Rodolfo Castagnolo, que se encarga del ambiente sonoro, imprescindible en este caso.
No hay nada de En lo alto para siempre que no hayamos visto antes. Su puesta en escena no es especialmente rompedora y el contenido del texto tampoco. Sospecho, sin embargo, que los fans de Wallace disfrutarán de lo lindo con la propuesta, pero los que, como yo, no hayan leído al autor estadounidense tienen la oportunidad de descubrir a Gemma Polo. Recordad ese nombre, hacedme caso.