Una costilla sobre la mesa. Madre

Hace un par de semanas fui a Girona a ver mi primer espectáculo de Angélica Liddell y, desde entonces, no logro quitarme de encima la sensación de haber llegado tarde a esta creadora.

O tal vez es que iba con muchas expectativas e, incluso, un poco de miedo. Al fin y al cabo, en Una costilla sobre la mesa. Madre, Liddell llora la muerte de su progenitora, acaecida el año pasado, circunstancia que ambas compartimos (de hecho, como curiosidad, durante el espectáculo Liddell proyecta el mensaje «Madre 1937-2018» periodo exacto de vida de la autora de mis días, qué cosas). El caso es que la coincidencia en la pérdida me hizo temer que el espectáculo pudiera impactarme de manera especial, dolerme o conducirme a una gran catarsis. Nada de eso sucedió, al contrario.

Tras un monólogo inicial desgarrador, potente, carnal, aterrador, sucio y sentido, que pone las expectativas por las nubes, tuve la sensación que el espectaculo se iba desinflando hasta convertirse en una pieza donde predomina el oficio, la sabiduría escénica y la práctica, por encima de esa verdad dolorosa que debería impregnar siempre las performances. Es innegable que Liddell sabe cómo crear poesía, incomodidad, contradicciones y belleza con sus imágenes, pero es igual de cierto que en este montaje me pareció a menudo que sabía más el diablo por viejo que por diablo y que, al final, asistíamos a una pieza impecable desde un punto de vista formal, que respondía a las asociaciones y expectativas del público ante Angélica Liddell, pero más mecánica y más fría de lo que sería deseable.

Y por eso decía al principio que tengo la sensación de haber llegado tarde a esta creadora. Porque tal vez si tuviera un bagaje más amplio de obras vistas sería más capaz de distinguir el oficio de la pasión, la realidad de la impostura. Y también porque tengo la sensación de haberme perdido la parte de su carrera en que la creadora no era esclava de sí misma ni de su reputación. Pero eso es el teatro también, esa cosa efímera e ingrata que solo pervive en la memoria de los que miramos. Como espectadores, siempre estamos llegando tarde a algo. No hay más vuelta de hoja.

Aún así, todo lo que hizo Liddell en escena me pareció interesante, todo me despertó alguna emoción (no todas positivas, para qué negarlo) y todo me pareció que contenía una reflexión y una poética que pocos creadores logran alcanzar en su carrera. Y, solo por eso, valió la pena.


Una costilla sobre la mesa. Madre
Texto, espacio escénico, vestuario y dirección: Angélica Liddell. Intérpretes: Niño de Elche (cantaor), Ilchiro Sugae (bailarín), Angélica Liddell y Gumersindo Puche. Iluminación: Jean Huleu. Espacio sonoro y vídeo: Antonio Navarro. Coproducción: Théâtre Vidy-Lausanne (Suiza), Teatros del Canal (Madrid, España) y Temporada Alta 2019. 
Sala: Teatre Municipal de Girona. Fecha: 23/11/2019. Fotografía: Susana Paiva.

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