No recuerdo un momento de mi vida en el que no me haya preocupado mi físico. Tal vez ahora, que ya empiezo a acumular una cantidad de años significativa y mi cuerpo empieza a no parecerse al que tenía de adolescente, he podido empezar a poner distancia, a sentir que es mío y de nadie más, a apreciarlo por los motivos correctos. Pero es difícil, muy difícil, es un trabajo inacabable, porque todo el entorno nos recuerda constantemente que no estamos a la altura, que no somos lo bastante altas, bajas, gordas, delgadas, guapas, feas, simpáticas, duras y un largo etcétera. Nunca somos lo que se espera de nosotras, porque lo que se espera es irreal.
Y es esa presión lo que explora Eat me: Ana con una performance creada mediante una sucesión de escenas sin apenas texto donde el cuerpo es el elemento central y la presión de la mirada externa una constante. Tras una investigación con personas que han sufrido trastornos alimentarios, Mireia Izquierdo, creadora, en colaboración con Andrés Liévano, e intérprete del montaje, ha creado una pieza que persigue transmitir esa incomodidad, esa náusea constante de quien siente que no encaja, que no habita el cuerpo correcto, que siente su piel como una prisión.
Visualmente impactante y con una interpretación entregada por parte de Izquierdo, Eat me: Ana se centra en las consecuencias devastadoras de la sociedad de la imagen. Uno de los factores, aunque no el único, que empuja cada día a más personas, mujeres y hombres, a pensar que cambiar su cuerpo les cambiará la vida. Una pieza que, creo, podría haber ido más a fondo en su tesis.